29 de septiembre de 2013

Cuando un bebé no sonríe

¿A qué edad empezó a andar su hijo?, ¿cuándo apareció la sonrisa social?, ¿y el contacto visual cuando le amamantaba? Esta son algunas de las preguntas que la Unidad de Neuropediatría ha realizado a un grupo de madres con niños autistas. Los especialistas querían confirmar que desde los primeros meses de vida existen patrones de conductas distintos en los bebés que sufren este trastorno, pero que dada las dificultades para diagnosticar, hasta que no cumplen los dos y tres años de vida, el médico no lo puede identificar con fiabilidad.

«El autismo no tiene un diagnóstico clínico. El problema es que está causado por distintas causas. Casi siempre es genético, pero puede ser por infecciones prenatales, tóxicos... Ese espectro hace que a la hora de presentarse no se haga siempre con las mismas características, y el pediatra nota que es un niño que no hace contacto visual, que la sonrisa está retardada o que no tolera los cambios de textura en la alimentación», explica el especialista médico Francisco Carratalá, que ha desarrollado el estudio junto con las doctoras Patricia Andreo y Gemma García Ron (ésta última al frente de la investigación).

El trabajo se realizó durante un semestre y se reclutó a 37 madres de niños ya diagnosticados de un trastorno del espectro autista -de entre uno y dos años a cinco y seis-, a las que les entrevistaron, personalmente o por teléfono, y les hicieron un cuestionario para conocer esos recuerdos que tenían de los primeros meses de vida de sus hijos. Los resultados se compararon con otro grupo de control, es decir, con 69 niños sanos. 

«Cuando una madre se pone al bebé en el pecho y está lactando, el niño levanta los ojos y mira; en las madres con niños con autismo ese recuerdo no existía», apostilla Carratalá. Igualmente, a edades muy precoces -como la época de la lactancia- se muestran indiferentes a los estímulos habituales, pero le causan alarma sonidos poco relevantes para el resto de las personas que les rodean. El motivo, explica, es que suelen tener hiperacusia. «Se asustan fácilmente con ruidos mínimos y, cuando les hablas, no te atienden».

El objetivo del trabajo era demostrar que en edades muy precoces hay síntomas que anuncian que pueden ser autistas para que los pediatras estén en alerta y puedan hacer un seguimiento. Ahora bien, ¿se tiene que informar de estas sospechas a la familia? Según el especialista, «está muy discutido si comunicarlo o no, porque como hay revisiones periódicas del bebé, el pediatra puede ir apuntándolo hasta que tenga la certeza». Carratalá recuerda que en unas jornadas internacionales le preguntó a una madre si hubiese preferido saber desde el primer momento las sospechas del médico. «Me contestó que esa pregunta se la había hecho y que había tardado en decidirse, pero que ella hubiese preferido que el pediatra le advirtiese. Pienso que lo que hay que hacer es adaptarse a las condiciones de la familia».

El estudio, que ha sido publicado en el artículo «Indicadores clínicos precoces de los trastornos generalizados del desarrollo», ha sido galardonado con el VIII Premio Jerónimo Soriano 2013, que otorga la Asociación Española de Pediatría al mejor artículo publicado durante el año pasado en Anales de Pediatría. Se trata de la revista pediátrica de mayor impacto en la lengua española.


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