22 de junio de 2014

El Diagnóstico neuropsicológico en los Trastornos del Espectro del Autismo

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 Existen distintas definiciones del Trastorno del Espectro del Autismo (TEA), las cuales a lo largo de los años, han dejado claro que en este trastorno, hay una importante afectación en el desarrollo de las capacidades del niño, referentes a tres áreas fundamentales: la relación social recíproca, el lenguaje y la comunicación, y en los procesos que intervienen en la flexibilidad cognitiva y la simbolización.

 Partiendo de esto, y siguiendo los lineamientos propuestos en el nuevo Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales DSM-V, en el que se ajustan los criterios de evaluación de los Trastornos del Espectro del Autismo; resulta de gran relevancia la evaluación integral del niño desde los distintos contextos donde se desenvuelve: familiar, escolar y clínico. 

Según lo planteado, el nivel de adaptación del niño en estos contextos, será una información indispensable para establecer el diagnóstico, así como el empleo de pruebas de diagnóstico especializadas. En este sentido, el grado de afectación estará clasificado en cuatro niveles según la gravedad del cuadro. 

Partiendo desde un grado más severo, hasta los rasgos subclínicos que no llegan a interferir en el desempeño del niño. Por lo tanto, la limitación condicionante del TEA en la adaptación de la persona y su desempeño de forma independiente en los distintos contextos, será determinante para establecer no solo el grado de afectación, sino también hasta qué punto esas características precisan de un nombre en la clasificación dentro de los trastornos mentales.

En concordancia con lo anterior, para realizar un diagnóstico adecuado, es importante implementar un modelo de evaluación neuropsicológica que permita la participación no solo del profesional, sino también de la familia y de otros organismos médicos y educativos que intervienen en el diagnóstico clínico. De esta manera, se facilitará la unificación de criterios y se favorecerá la oportuna intervención clínica y terapéutica del niño.

Un aspecto muy importante a tener en cuenta cuando se habla de diagnóstico en el TEA, es la detección temprana de los síntomas del mismo. Es decir, el diagnóstico temprano o anterior a la etapa escolar. Al respecto, la detección de los síntomas por parte de servicios sanitarios, educativos, o de la propia familia, se realiza cada vez a una edad más temprana; en consecuencia, la llegada de niños con edades comprendidas entre los 18 meses y los 3 años a los Servicios de Valoración y Diagnóstico es más frecuente. 

Los principales síntomas de TEA que la familia y el centro de educación infantil pueden observar antes de los dos años, atienden a escasas conductas de referencia social como mostrar objetos, señalar para compartir interés, mirar a un objeto sostenido o señalado por otra persona, dificultades para responder y dirigir expresiones emocionales a otros, como la sonrisa social, compartir afecto positivo, etc; sobretodo, para iniciar conductas de atención conjunta. También se observa una interacción menos sincrónica con la madre; síntomas referidos en estudios anteriores por diversos autores. 

A éstos se añaden conductas como una menor anticipación al refuerzo de estímulos sociales y ausencia o menor frecuencia de respuesta de orientación al escuchar su nombre. Otras características referidas son la falta de interés social, reactividad, y escasa imitación. En relación al lenguaje, se ha observado que los niños con TEA pueden tener un retraso en el lenguaje expresivo-receptivo, una entonación atípica, incorrecta estructuración y uso del lenguaje, así como una menor coordinación de las conductas comunicativas no verbales con el lenguaje hablado.

Por otro lado, algunos estudios también informan de patrones atípicos en la conducta motora, como tomar posturas inusuales especialmente de manos y dedos, conductas repetitivas a nivel verbal y motor, incluso también se puede observar mayor actividad motriz. Las conductas sensoriales inusuales, tales como el análisis visual de objetos, mayor dificultad para desenganchar la atención de estímulos visuales, y cuadros de conductas atípicas como girar, rodar y rotar objetos son otras de las características encontradas con frecuencia en los niños con TEA. Las reacciones de malestar extremo, dificultades para calmarse, y menor regulación del estado emocional, también relacionados con síntomas conductuales.

Otro factor de gran relevancia es la conducta presimbólica, en la cual, los esquemas de acción en el juego de los niños con TEA, son más escasos que en otros niños sin este trastorno. Estos esquemas pueden ser consigo mismo, con otros y con un objeto. Por ejemplo, beber de un biberón de juguete, beber de un vaso, dar de comer a otro, peinar a un muñeco, entre otras.

Todos estos síntomas descritos son característicos de un cuadro de TEA, pero no aparecen de forma simultánea en todos los niños. Además, algunos también pueden estar presentes en otros tipos de trastornos (TDAH, Retraso cognitivo, Trastorno Mixto del Lenguaje); por lo que se hace imprescindible una observación minuciosa del desarrollo del niño durante sus primeros años de vida con el fin de establecer un diagnóstico diferencial entre TEA y otros trastornos.

De esta manera, se puede dar una respuesta a las expectativas de la familia en relación al porqué del comportamiento de su hijo y cómo enfocar una intervención que favorezca y optimice el desarrollo integral del niño. Para ello, es necesario llevar a cabo una valoración que permita establecer no sólo el diagnóstico sino las habilidades y las necesidades de intervención más significativas y apropiadas para cada niño. En este sentido, se considera imprescindible la elaboración de un protocolo exhaustivo que establezca perfiles neurocognitivos, adaptativos, de lenguaje y comunicación social, que puedan evolucionar con mayor probabilidad hacia un diagnóstico real de TEA.

(Tomado de página Autismo Diario: http://autismodiario.org/2014/03/24/el-diagnostico-neuropsicologico-en-los-trastornos-del-espectro-del-autismo/) 

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