Annette Lopez- Muñoz
Especial para El Nuevo Herald
Cathy Longo recuerda haber llorado con desesperación, preguntándose qué hacer con Oswaldo, su hermano autista, ahora de 34 años, cuando veía que se convertiría en adolescente y después en adulto.
“En Estados Unidos te dan mucha ayuda cuando son niños o después cuando son viejos, pero mientras tanto, cuando el autista es adulto, hay un vacío y no sé qué esperan que hagamos con ellos, no podemos meterlos en un armario a esperar que envejezcan. Ellos necesitan sentirse útiles”.
La queja de Longo no es única, muchas familias con niños autistas dicen que una vez que estos crecen y salen del sistema escolar, existen pocas organizaciones que se preocupan de enseñarles a valerse por sí solos.
“Te ofrecen muchas cosas pero cuando vas, te das cuenta que en realidad es un day care donde agrupan a todo el mundo: personas con parálisis cerebral, con el síndrome de Down, y los que son autistas, sin importarles que haya diferentes niveles. Yo entiendo que lo hacen para obtener más fondos pero yo no voy a poner a mi hermano allí porque luego viene con mañas ajenas”, dice Longo.
El autismo es un desorden del desarrollo neural caracterizado por dificultades sociales y de comunicación y se manifiesta en un comportamiento repetitivo y restringido. Los síntomas aparecen antes de los 3 años de edad y se pueden exacerbar al pasar los años. Algunos autistas con síntomas leves pueden incluso ocultar este desorden durante mucho tiempo ya que crean técnicas para enmascarar que son atípicos.
Este mes el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) publicó un estudio que estima que uno de cada 88 niños en Estados Unidos, presenta desórdenes de personalidad relacionados con el autismo, que incluye una forma de autismo más leve llamada el síndrome de Asperger.
Este aumento del autismo, según algunos científicos, se debe en cierta medida a que ahora se diagnostica con más facilidad que en años anteriores y la descripción abarca más síntomas. Pero no se sabe con certeza a qué obedece el incremento tan pronunciado de esta condición. El doctor David Wallinga, médico especializado en nutrición y consejero del Institute for Agriculture and Trade Policy, indica que si bien existe una predisposición genética al autismo, no se puede atribuir este drástico aumento -un 78 por ciento entre el 2002 y el 2008 en Estados Unidos-, solo a estos factores. Wallinga subraya que en otros países donde hay mejor alimentación y no tanta contaminación en el medio ambiente no ha ocurrido lo mismo.
“En Italia, un país en el que se come poca comida procesada, este índice es nueve veces menor”, dice el experto. Wallinga advierte que dentro del estudio que ha hecho de la contaminación alimenticia ha encontrado que en Estados Unidos hay “altos niveles de mercurio en el jarabe de maíz con alto contenido de fructosa y arsénico en la comida con la que alimentan a los pollos”.
“Hemos creado un ambiente extremadamente malsano para criar a nuestros hijos y a nuestras mujeres embarazadas”, señala Wallinga. “Desde el vientre de la madre el niño está expuesto a la contaminación del ambiente y de los alimentos. Hay que tomar medidas desde un principio intentando no comer alimentos procesados”.
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