Por Marcia Braier
El autismo es un trastorno crónico del desarrollo de un inicio
anterior a los 36 meses de edad más frecuente en varones que en nenas,
con una evolución que depende fundamentalmente de dos aspectos: el
cociente intelectual (inteligencia) y la capacidad del lenguaje.
Los síntomas principales son dificultades en la
socialización, o sea en la capacidad de interactuar con los otros;
trastornos en la comunicación o el lenguaje, y trastornos en la
actividad (lo que hago), que es repetida, restrictiva (a un grupo
muscular o a la parte de un objeto) y estereotipada. Hay una gran
alteración en el procesamiento audioverbal, es decir, en la comprensión
de consignas escuchadas.
Cada vez se conoce más sobre la etiología de este
trastorno y se han detectado múltiples genes afectados. Los factores
ambientales y ciertas enfermedades neurológicas y sistémicas pueden
expresarse como autismo, por lo que es fundamental realizar el
diagnóstico diferencial en forma temprana.
Los niños que padecen estos trastornos pueden tener
lesiones en las áreas frontal, temporal, en el cerebelo, el cíngulo y
áreas asociativas. Esto impide que las funciones de integración
cerebral, tanto en el lóbulo frontal como en el área posterior del
cerebro, se lleven a cabo en forma correcta.
En las clasificaciones actuales, como el Manual diagnóstico de enfermedades mentales de la academia americana, se ubica dentro de los trastornos de inicio en la infancia, niñez y adolescencia.
Los cuadros incluidos dentro de este grupo incluyen el
autismo, el síndrome de Asperger, el síndrome de Rett, el trastorno
desintegrativo y el trastorno generalizado del desarrollo no
especificado.
Las técnicas terapéuticas que se utilizan para el
tratamiento son múltiples e interdisciplinarias: psicoanalítica,
sistémica, cognitivo-conductual, fonoaudiológica, psicopedagógica,
ocupacional, de psicomotricidad, musicoterapia y educación física, entre
otras.
La técnica de comunicación facilitada tiene como
objetivo lograr nuevos canales de comunicación: la escritura, la
observación y el aprendizaje de signos, utilizando como herramienta la
computadora. Si un niño mira una imagen, se activan áreas cerebrales,
como la occipital, que no estaría dañada en este trastorno. Si ejecuta
un movimiento, como apretar el teclado de la computadora, también
activa áreas del lóbulo frontal y del parietal, probablemente tampoco
dañadas.
Los niños, al poder comunicarse, disminuyen su necesidad de
actuación y, como consecuencia, la agresividad. Comprobamos que muchos
pacientes cuando no pueden comunicarse terminan siendo agresivos.
Se vio que estos niños no sólo lograban comunicarse en
forma escrita, sino que también comenzaron a adquirir lenguaje verbal,
mejoraron su comportamiento y disminuyeron la conducta agresiva.
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