16 de enero de 2013

Autismo y sexualidad: Iván Samaniego

Iván Samaniego
El autismo se ha convertido en un trastorno que despierta el interés actual de los neurocientíficos. En Panamá ya existen instituciones dedicadas a su tratamiento, y el conocimiento del ciudadano común empieza a ser mayor en relación al tema.

Hasta hace unas décadas las hipótesis acerca de sus causas giraban en torno a factores psicológicos, ambientales y familiares, situados específicamente en las relaciones madre–hijo, considerando al autismo como resultado de relaciones objetales disfuncionales tempranas.

Sin embargo, en la actualidad los estudios neurocientíficos apuntan a que el autismo es un trastorno cuya causa es fundamentalmente biológica. Las limitaciones en la comunicación y habilidades sociales, como responder a una sonrisa o mirar directamente a los ojos, ligadas a un desarrollo del lenguaje alterado, son sus principales manifestaciones.

Por otra parte, existe una variedad dentro del llamado espectro autista que abarca niños con lenguaje casi nulo (autismo severo) hasta formas más adaptativas del mismo, en este caso hablamos del llamado síndrome de Asperger, niños con pobres habilidades sociales, pero con un buen desarrollo cognoscitivo.

Más allá de la descripción de los síntomas, lo que pretendemos establecer en este artículo es la relación del autismo con la sexualidad.

Las estadísticas indican que la relación del autismo es de cinco niños por cada niña, mientras que en el trastorno de Asperger la diferencia es aún mayor, es decir, nueve niños por cada niña. ¿Qué puede sugerir esto? Al igual que otros trastornos, la hipótesis de que el autismo está ligado al sexo y, de hecho, ya hay teorías acerca del fenómeno.

Tras décadas de investigación se han descubierto diferencias cognoscitivas entre los sexos, que aunque no destacan individualmente, sí se observan grupalmente, por lo que se consideran relevantes. Entre estas diferencias para mencionar solo algunas están: Las mujeres superan a los hombres en ciertas tareas del lenguaje y muestran un desarrollo más rápido del lenguaje, teniendo menos probabilidades de desarrollar disfasia. Por otra parte, los hombres razonan mejor que las mujeres en cuestiones matemáticas y tienen mayor facilidad para hacer girar objetos mentalmente.

Tras estas diferencias se hilvana la hipótesis de que el autismo sea una forma extrema de cerebro masculino como lo manifiesta el doctor Simon Baron-Cohen de la Universidad de Cambridge. Esto se explica por el rendimiento de niños autistas en pruebas que implican un mejor desenvolvimiento de hombres normales versus mujeres normales. En este tipo de pruebas los autistas superan a los chicos masculinos promedio. Sin embargo, su rendimiento es muy bajo en pruebas de juicio social como identificar estados mentales en otras personas, pruebas en las que las mujeres promedio superan a los hombres.

Esta teoría dice que las personas quedan incluidas en una escala, según se trate de un tipo de cerebro masculino o femenino, y que el autismo y el síndrome de Asperger son formas extremas del tipo de cerebro masculino.

Tal vez, actualmente esto no ayude directamente a los neurocientíficos a encontrar tratamientos, pero posiblemente en un futuro sí, desde el punto de vista genético y neurofisiológico.

Hoy las terapias de conducta integradas a terapias ocupacionales y de lenguaje resultan ser las más efectivas en el tratamiento.

No obstante, quedan muchas respuestas por responder en cuanto a las causas de este dimorfismo sexual, siguiendo esta teoría que deberá ir aclarando el panorama mientras las investigaciones avancen.

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