Parten el 13 de febrero próximo y
el objetivo es caminar 18 kilómetros a unos 4 mil metros de altura por
el paso del Cristo Redentor. Se preparan desde hace meses con sus profes
del GEA.
Agenciafe/La Capital |
Unos doce jóvenes, algunos con discapacidades motrices y la mayoría con
trastornos del espectro autista, se alistan por estos días para cruzar a
pie la cordillera de los Andes. En realidad, se vienen preparando desde
hace meses con sus profes del Grupo de Entrenamiento Adaptado (GEA),
miembros de una flamante organización no gubernamental que apuesta a la
inclusión básicamente desde la actividad deportiva, al entender que "no
es con la discapacidad con lo que hay que trabajar, sino con las
capacidades que cada uno tiene".
Los desafíos son enormes, pero mayor
será la satisfacción cuando el contingente logre, del 13 al 17 de
febrero próximo atravesar el paso de Cristo Redentor, en el límite entre
Mendoza y Chile, después de caminar 18 kilómetros a 4 mil metros de
altura.
En la ONG trabajan profesores de
educación física y acompañantes terapéuticos, un médico y un psicólogo.
Una curiosidad es que cuatro integrantes de una misma familia (madre y
tres hijos) funcionan como motores del grupo.
GEA cuenta además con un gimnasio en
Dorrego 1857, un emprendimiento comercial que a la vez alberga
dispositivos especialmente dispuestos para el entrenamiento adaptado de
cerca de veinte personas con diferentes discapacidades (no videntes,
hipoacúsicos, un chico con espina bífida) y trastornos del espectro
autista.
Por estos días, en pleno verano, la
actividad no se despliega en ese lugar, sino en una colonia de
vacaciones que armaron en la isla, Durante el resto del año trabajan
además con natación adaptada incluso en aguas abiertas.
"Nosotros creemos que en la práctica
del deporte la gente pone en juego diario sus mejores y sus peores
actitudes, y a partir de eso es que trabajamos para afianzar y potenciar
todo lo positivo y para tratar de superar lo negativo", explica
Alexandra Maero, una de las integrantes de la ONG.
Aunque la edad de la gente con que
trabajan va de 6 a 54 años, la adolescencia es la franja que se presenta
como el mayor desafío.
"Tanto entre los chicos como entre sus
padres se dan claramente dos momentos críticos: el del diagnóstico y el
de la adolescencia, que es cuando se suelen desnudar todas las
deficiencias que se han ido arrastrando y cuando parece que se hubiera
llegado a un techo en el aprendizaje, pero sin embargo es también cuando
aparecen nuevas fuerzas, nuevas energías, que necesitan ser
canalizadas", cuenta Alexandra.
Y esa "energía" extra requiere un lugar
donde desplegarse. "Ahí aparecemos nosotros para ofrecer ese lugar a
través de un deporte que buscamos con los chicos en función de ver en
qué son buenos, si logran prestar atención, si pueden seguir
consignas...", detalla la integrante de la ONG.
Y a través de esa herramienta no buscan
sólo instaurar un "afuera" que ayude a los jóvenes despegar de su
familia y las instituciones que los cobijaron desde la infancia para
ganar autonomía, sino un nuevo "adentro", en el que al menos logren
bosquejar un "nosotros" a través del "entendimiento" y una mínima
"camaradería", uno de los déficits que sufren quienes presentan
trastornos autistas.
"Cada vez que alguien da un paso lo
alentamos, lo aplaudimos —afirma Alexandra—, y los avances son realmente
impresionantes", afirma.
La valoración es a medida. Por ejemplo,
en la colonia de la isla, uno de los chicos acaba de "registrar" a un
compañero y comentó un logro del chico. "Puso prestarle atención a otro,
y eso es un gran adelanto", explica la chica.
Otro chico que entrena con el grupo se
llama Lucas, tiene 14 años, espina bífida, y se desplaza sobre ruedas.
¿Qué logró él? "Rapelar en su silla", dice con orgullo Alexandra, cuando
lo que la mayoría esperaba de él era simplemente que quedara afuera de
lo que hacen los chicos de su edad.
De hecho, la primera vez que entrenó en
GEA, cuando el profe Oscar Maero, alma máter del grupo, hizo una
demostración de escalada en una pared especialmente armada en el
gimnasio, Lucas le dijo: "Con piernas es más fácil...".
"«Entonces lo voy a hacer sin piernas»,
le contestó Oscar, y cuando subió lloramos todos", recuerdan Alexandra y
su madre, presidenta de la ONG, Mónica Avellaneda. Hoy, el que sube sin
piernas es Lucas.
Todas las voces, todas. Y
esta vez, en la segunda incursión a los Andes, intentarán que el
desafío sea lo más incluyente posible. La idea es llegar a Uspallata con
un contingente de 22 personas que incluirán desde un nene de 9 años
hasta un hombre con trastorno autista de 54, una mayoría de adolescentes
(incluido Lucas en su silla) y diez acompañantes y profesores.
Partirán el 13 de febrero, se
aclimatarán a la altura en Uspallata, pero se alojarán en Las Heras,
cuyo gobierno solventará gran parte de los gastos, junto a la empresa de
turismo mendocina Aymará.
La meta consistirá en caminar unos 18
kilómetros en alrededor de 12 horas para cruzar el paso internacional
del Cristo Redentor y llegar a Chile.
Necesitan un transporte
El
Grupo de Entrenamiento Adaptado (GEA) logró que el gobierno de Las
Heras (Mendoza) y una empresa privada les donaran casi todo lo
indispensable para la aventura (hospedaje, comidas y traslados).
Lo que necesitan ahora es que alguien aporte el transporte para poder realizar el trayecto Rosario-Mendoza-Rosario. Los organizadores estiman que un minibús de 19 o 24 plazas alcanzaría. O el dinero para alquilarlo. La solidaridad, pública o privada, puede llegar al 679-4794 o al 155-209655.
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