Nancy Rodríguez de Calderón acoge en su aula a niños que por sufrir ciertos trastornos son rechazados en otras escuelas.
San Pedro Sula, Honduras
Como en cualquier otro día laborable, la profesora Nancy de Calderón se dirigía de San Pedro Sula a la Escuela Esteban Guardiola de La Lima llevando en su vehículo a dos de sus alumnos cuando un agente de Tránsito le hizo señal de parada en la caseta de peaje. Con respeto, la educadora le pidió al policía que le revisara rápidamente sus documentos porque ya era tarde y tenía que trabajar. “¿Y es que trabajan ustedes?” le preguntó en forma sarcástica el uniformado cuando se enteró que la conductora era una maestra.
Tuvo deseos de contestarle que los maestros no solamente son “quemallantas en las calles y asambleas informativas”, pero prefirió callar. Sabía que aquella apreciación del agente es parte de la opinión generalizada que tiene la gente sobre los educadores por los constantes paros que llevan a cabo.
No se sintió aludida porque ella todos los días está puntualmente frente a sus alumnos de educación preescolar, como otros muchos docentes que estudiaron su carrera por vocación.
No en balde se ganó a pulso una plaza para impartir clases a niños con necesidades educativas especiales como los dos que transportaba cuando la detuvo el agente: una niña con síndrome de Down y un varón con microcefalia.
Ella trata de demostrar que sí se puede incluir dentro de una clase regular a pequeños que sufren algún tipo de trastorno. como autismo, déficit de atención y síndrome de Down.
Algunos de sus alumnos fueron rechazados en escuelas regulares por su condición de “niños especiales”, pero ella los ha acogido en su aula bajo este sistema que ella llama “proyecto de inclusión”.
El mejor premio
Desde niña soñaba con ser maestra, por eso en cuanto terminó sus estudios primarios en esa misma escuela donde ahora da clases, le pidió a su padres que la mandaran a estudiar magisterio a la Escuela Normal Pedro Nufio de Tegucigalpa.
Aunque sus padres le mandaban regularmente dinero para su alimentación y otras necesidades personales cuando estaba estudiando, a veces se las miraba “a palitos”.
Una vez tuvo que caminar desde el colegio, ubicado en la colonia Kennedy de Tegucigalpa, hasta Villa Adela en Comayaguela, adonde vivía, porque se le perdieron los veinte centavos para el pasaje de regreso en bus.
Cuando se graduó hizo licencias y maternidades en escuelas de los campos bananeros mientras obtenía una plaza permanente .
Viajaba en bus desde La Lima con otros maestros que daban clases en campos, como Tibombo, Indiana y Mercedes. Muy de mañana salía el bus en el que viajaban además las obreras y trabajadores de las empacadoras de banano de ese sector. Las dificultades que pasaba en esos campos, adonde hasta se infestó de piojos, la compensaba la satisfacción de ver los rostros de aquellos hijos de campeños, iluminados por la alegría de aprender.
Ya estaba dando clases en la escuela Esteban Guardiola que una vez perteneció a la compañía bananera, cuando decidió estudiar una carrera en educación especial en la Universidad Pedagógica, sin imaginar que su segundo hijo sería dignosticado con autismo.
“Sus berrinches eran terribles, todo lo quería perfecto, pero ha avanzado bastante, ahora se relaciona más con la gente. Ese aislamiento era una de sus grandes debilidades”, comenta la madre sobre el muchacho que ahora está en octavo grado.
La experiencia de tener un hijo autista le sirvió a la maestra para descubrir que se necesitaba más apoyo para estos niños y comenzó a formar la Apanas (Asociación de Padres de Niños con Autismo ). “Comenzamos siete, ahora somos cincuenta las personas que integramos la asociación”, dice la mentora.
“He demostrado que se puede incluir dentro de las aulas regulares de las escuelas públicas a niños con necesidades especiales de educación en el marco de la ley de equidad. Hay maestros que saben que esta ley existe, pero por miedo o por su actitud negativa no quieren aceptarlos”, dice.
La educadora participó, en representación del departamento de Cortés, en el primer concurso sobre cómo incluir la educación especial en las aulas escolares, en el que ganó el segundo lugar. El premio en metálico que le dieron lo donó a la escuela adonde todos los días sus alumnos premian su esfuerzo con avances lentos pero seguros, como los que dio su hijo.
Expondrá sobre su experiencia
Cierto Día que la profesora Nancy Rodríguez de Calderón llevó a su hijo Luis Diego de siete años a la Universidad Pedagógica “Francisco Morazán”, adonde ella estudiaba, una de las catedráticas le preguntó si ya se lo habían diagnosticado.
Sabía que el niño había nacido con una condición especial, por su comportamiento, pero no sabía de qué se trataba. A la catedrática le pareció que se trataba de autismo, por eso le sugirió a su alumna que lo llevara a Tegucigalpa para un examen.
En efecto, el pequeño estaba dentro del espectro autista en el grado de Asperger, según le diagnosticaron los especialista en Tegucigalpa. Comparados con otras formas de autismo, estos niños podrán con mayor probabilidad convertirse en adultos independientes y llevar una vida absolutamente normal.
“Son más funcionales”, explica la profesora, quien se dedica a impartir clases a niños “con retos especiales” en la escuela Esteban Guardiola, de La Lima.
También trabaja de lleno en la Apanas (Asociación de Padres de Niños con Autismo) que busca alternativas para dar mayor apoyo a los pequeños que nacen en este tipo de trastornos.
Mediante diferentes actividades, los miembros de la asociación recaudan fondos para ayudarlos a tener una vida más activa y superar sus deficiencias.
La mentora expondrá en el Primer Congreso Nacional de Autismo a celebrarse del 24 al 26 de este mes en Tegucigalpa. “Una linda experiencia inclusiva” es el tema en que dará a conocer el éxito de su proyecto.
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