A las tres y veinte de la tarde dos furgonetas se paran delante del polideportivo de Navalcarbón, en Las Rozas (Madrid). De ellas salen casi 20 personas vestidas con la camiseta negra de la Escuela de basket Fran Murcia y la Fundación Orange. Contentos y cargados con balones bajan directamente a la pista de entrenamiento. “Hola, ¿cómo estás? Me llamo Álvaro”, se presenta uno de los monitores al tiempo que ofrece su mano. Álvaro tiene unos 40 años y tiene autismo, como el resto de los chavales a los que va a ayudar en el entrenamiento, diez chicos entre nueve y 18 años que corren por la pista botando el balón a su aire.
Fran Murcia no llega ni cinco minutos tarde y Javi, otro de los monitores, se lo echa en cara llevándose el dedo índice a un reloj imaginario. Es uno de los últimos entrenamientos del curso y por eso hoy no están los 24 niños que forman parten de este proyecto, un taller pionero que trabaja con personas con autismo a través de la práctica de baloncesto, emprendido por Fran Murcia, quien fue 26 veces internacional y jugó en el Zaragoza, Tau, Joventut y Fuenlabrada.
El autismo es un trastorno caracterizado por un conjunto de alteraciones cualitativas en la interacción social y de la comunicación y por la presencia de una serie de intereses restringidos y estereotipados. Así que aspirar a que niños con este síndrome lleguen a jugar a un deporte de equipo donde la comunicación y la interacción entre personas es fundamental, es una meta muy ambiciosa. Cuando Fran Murcia acudió a la Fundación Orange en busca de financiación para sus escuelas de baloncesto dirigidas a niños con discapacidad intelectual, la fundación le puso una condición: “Que sea un taller dirigido exclusivamente a niños con autismo”, cuenta Manuel Gimeno, director general. “Nosotros somos una fundación que apuesta por los proyectos innovadores y este lo era”, asegura Gimeno. Así que Murcia se dirigió a Nuevo Horizonte, una asociación madrileña de padres cuyos hijos están afectados del síndrome autista y empezó a “reclutar chicos y chicas”, cuenta el exbaloncestista; “me sentía como Vicente del Bosque seleccionando a los chavales”.
El proyecto cumple dos años de éxito, aunque el concepto de éxito adquiere dimensiones diferentes cuando se trata de autismo. No todos los tópicos sobre este síndrome son verdad, aunque tampoco inciertos, ya que cada persona es un mundo y cada uno de estos chavales “presenta un nivel de autismo diferente y nunca sabes a qué atenerte”, dice Murcia. Las reacciones pueden ir “desde morder a un monitor hasta dar toques repetitivamente el balón ignorando todo lo demás”, relata, “de competir ni hablamos, porque desconocen lo que es”. Así que hasta que se trabaja con cada uno de ellos durante un tiempo “no sabes si realmente se va a adaptar al entrenamiento, porque el baloncesto no funciona con todas las personas con autismo".
Murcia recuerda los primeros días “cuando tenía que perseguirlos por toda la pista hasta casi agotar mi paciencia” y cuenta casi sorprendido cómo ahora “tiran a canasta o se pasan el balón entre ellos”. Por eso, cuando habla de éxito, el exjugador se refiere simplemente a estos logros y a pequeñas victorias que repercuten positivamente en la calidad de vida de estas personas y de sus familias. En el aspecto físico “el beneficio es claro ya que la actividad deportiva es buena para todo el mundo y más para estos chavales, que por su tendencia a no relacionarse con el entorno, son muy propensos al sedentarismo y a sus consecuencias”, explica Murcia. En el plano de su vida cotidiana, el baloncesto ha logrado “más tolerancia a los cambios en su rutina”, comenta el exjugador y muestra un ejemplo: “Uno de los chavales era muy intransigente con los horarios y cuando no se seguían exactamente, gritaba y se enfadaba; este comportamiento es muy usual en personas con autismo, porque les gusta la rutina, tenerlo todo controlado, así que cuando se salen de lo conocido, se alteran muchísimo. Desde que este chico viene a entrenarse, sus padres aseguran que tolera mejor los cambios de horarios y creemos que es gracias al deporte", dice ilusionado.
La financiación en este proyecto es esencial porque al ser casos individuales, se necesita más de un monitor, “casi uno por chaval, sobre todo con los que empiezan, y saldría carísimo, de hecho hay chicos que se han quedado fuera porque no damos abasto”, dice con fastidio. "Tenemos tres grupos de trabajo: los niños de entre nueve y 11 años, que son los más cerrados, por lo que hay que trabajar más con ellos; un grupo de nivel medio y otro más avanzado, que son los que llevan ya un tiempo entrenando”. La formación de los monitores combina a licenciados en INEF con expertos en autismo o en Educación Especial, más los otros monitores -adultos con este síndrome, llegados de Nuevo Horizonte-. El hecho de que la fundación solo financie proyectos innovadores quiere decir que “sustenta este taller durante cuatro años”, dice Murcia, “así que tenemos dos años para buscar otra fuente de financiación, porque no me veo capaz de cobrar a los padres por esto; es una labor social”.
Cuando se retiró de las pistas, Fran Murcia no quería saber nada de baloncesto. Sus últimas temporadas como profesional estuvieron empañadas por una lesión de rodilla muy dolorosa (“así que cuando me retiré estuve mucho tiempo sin ver un partido") por lo que seguir vinculado a su deporte no entraba en sus planes. Cursó un máster en Dirección de empresas y se dedicó a los estudios inmobiliarios hasta que un día pensó en aplicar sus conocimientos en este campo al baloncesto y creó una escuela para niños con discapacidades intelectuales. Ahora cuenta con otro proyecto similar en Salamanca y cuatro escuelas de baloncesto en Andalucía y Madrid.
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