20 de febrero de 2011

Una mirada a una modalidad de aula de educación específica en Cadiz

Enseñar a aprender

enseñar a vivir

Belén aprende hoy a hacerse una tortilla francesa. En la cocina anexa a su clase, totalmente equipada, ella misma casca el huevo, lo bate para mezclar bien la yema con la clara y lo vierte sobre la sartén con un poquito de aceite de oliva antes de enrollarlo con la espumadera y mantenerlo a fuego lento hasta que cuaja y se dora.

Esta acción tan sencilla, que implica satisfacer una necesidad de primer orden como la alimentación, supone un gran logro para una persona que depende de los demás prácticamente para todo.

Cuando se la coma irá al baño para lavarse los dientes. Sobre el lavabo una secuencia de dibujos le ayudan a seguir los pasos: primero tomar el cepillo, después aplicar la pasta dentrífica, y a la boca. Enjuagado, secado... Las ilustraciones se denominan pictogramas y le indican qué acción sigue a la anterior y este es el método educativo que emplea para casi todo lo que aprende en clase.

Se denomina 'Teacch', fue concebido en Estados Unidos y consiste en la estructuración de las acciones en función del espacio y del tiempo. Un tratamiento modelo para atender a personas diagnosticadas como autistas, que tiene como objetivo fundamental maximizar la adaptación del niño a través de la mejora de sus habilidades básicas para la vida diaria y de la implementación de una estructuración del ambiente.

Como en la clase de Belén, que es una chica imaginaria, donde existen espacios diferenciados para el estudio, el juego, la reunión... Sobre los pupitres, otras secuencias de pictogramas componen una particular agenda con lo que toca hacer en cada hora.

Desbloquear la mente

«Trabajamos con el sentido de la anticipación. Su problema es que se quedan bloqueados y no saben qué acción han de realizar después de la anterior». Noelia Fierro, experta en educación especial, es la tutora y monitora del aula de educación específica del instituto Blas Infante, que es una de las cuatro que existen en los centros de secundaria de la provincia para estudiantes con autismo.

Un total de diecisiete colegios de primaria atienden a estos niños, pero la implantación de este servicio para adolescentes es relativamente reciente. Hace unos siete años que la consejería de Educación inició su implantación en Cádiz.

El Blas Infante es el primer centro isleño que acoge un aula específica para chicos de entre 14 y 16 años con autismo. Hace tres años comenzaron a trabajar con este perfil de alumno, con un tope de cinco o seis por clase. Ni el espacio ni la educadora darían abasto para trabajar con todos. «Nuestro reto es conseguir que tengan la máxima integración posible en su entorno, en función de las capacidades de cada uno».

Por eso no siempre están en el aula específica, algunos pasan el recreo con los demás, practican Educación Física con el resto de compañeros, o si tienen desarrollado el lenguaje y la capacidad de comunicarse, acuden algunas clases de lengua o matemáticas en las aulas de integración. Noelia, ayudada por Concepción Cerrajero, que es auxiliar clínica, trabaja los déficits comunicativos, sociales y cognitivos de estos adolescentes. Y no sólo frente a la pizarra, que también está poblada de pictogramas.

La tortilla francesa y el cepillo de dientes son las puntas del iceberg de una cadena de actividades que implican la preparación de otras comidas más complejas, la limpieza del mobiliario o las salidas a la calle para desayunar o para que realicen compras en las tiendas ellos mismos.

La complicidad de los padres

«Hay que tener mucha paciencia con ellos. Algunos no quieren hacer nada y hay que intentarlo una y otra vez. Uno de ellos nunca quería desayunar aquí en la clase, pero un día fuimos a un bar y consintió comer. Eso para nosotros es un gran logro».

Un gran logro, fruto de un esfuerzo ímprobo en el que los padres, cómplices de los educadores, son una pieza fundamental. «Suelen ser personas muy volcadas en la educación de sus hijos, a los que dedican todo el tiempo que pueden. La comunicación es muy fluida». El horizonte de estos chicos, una vez que dejan el instituto, se presenta con más posibilidades de seguir su tratamiento. Aquí las asociaciones juegan un papel esencial.



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