El autismo es plural y diverso.
Desafía los manuales y las 
nomenclaturas. Se acerca y se aleja de los prototipos, según cada caso, 
cada persona, cada subjetividad.
No hay un solo tipo de autismo.
 Hay personas diversas en las que los síntomas del autismo se 
manifiestan de formas diferentes y su evolución sigue diversas 
trayectorias y caminos.
Hay
 personas muy distintas entre sí, originales, con características tan 
variadas, que se resisten al uniforme estático y unívoco de las 
etiquetas. Personas singulares, múltiples autismos. De ahí que resulte más apropiado decir que Gaby tiene autismo y no que es autista.
Se ha hablado de trastornos profundos del desarrollo y de trastornos generalizados del desarrollo
 cuando en muchos de los casos las alteraciones no son profundas y mucho
 menos generalizadas. Las etiquetas diagnósticas han venido peleándose 
con la realidad.
Puede argumentarse que es inevitable la 
generalización y la generalización supone olvidar diferencias, obviar 
detalles, omitir particularidades. Pero también es cierto que para 
construir dispositivos de apoyo, crear programas de enseñanza, elaborar 
diseños de intervención clínica y educativa es tan importante tener en 
cuenta aspectos generales como particularidades personales, intereses 
individuales, singularidades…
El autismo es un síndrome que afecta la 
comunicación social y la flexibilidad, pero las afecta en distinto 
grado, según cada caso particular. Por eso en los manuales 
internacionales, se habla en la actualidad de trastornos del espectro 
del autismo (TEA). ¿Y eso qué significa? Si pensamos en un “espectro” de
 colores, nos referimos a las distintas gamas de colores, como un arco 
iris con sus diversas tonalidades. Hablar de espectro autista supone 
referirse a un continuo dimensional con esa diversidad de arco iris.
Ya a finales de los años 70 Lorna Wing y
 Judith Gould nos hablaban del “continuo” en el autismo; en los 90 en 
Hispanoamérica Ángel Rivière avanzaba en sus estudios en desarrollo 
evolutivo y autismo, planteando la necesidad de atender a la diversidad y
 sus manifestaciones en una perspectiva dimensional que sentó las bases 
del Inventario de Espectro Autista de Rivière. El IDEA, con su doce 
dimensiones del desarrollo permite una mejor evaluación de los niveles 
alcanzados, del potencial de desarrollo y brinda las claves para diseñar
 una planificación adecuada con programas específicos para cada niño o 
niña.
La Escala de Observación para el 
diagnóstico del autismo, en su segunda edición (ADOS-2) también adopta 
una perspectiva dimensional que enriquece la mirada clínica. Catherine 
Lord y colaboradores han logrado que el nuevo instrumento vaya más allá 
de las etiquetas diagnósticas, ponderando también los niveles de 
alteración del cuadro.
Finalmente el DSM-5 adopta la 
perspectiva dimensional, usando la etiqueta Trastornos del Espectro del 
Autismo y proponiendo tres niveles diferentes de apoyos requeridos. 
Todavía sigue instalada la discusión y serán necesarias investigaciones y
 debates clínicos para evaluar sus alcances y limitaciones.
Parafraseando a Stephen Jay Gould, no 
deberíamos confundir la invención de un nombre con la solución de un 
problema. No se ha resuelto el problema con el cambio de nomenclaturas 
porque estamos ante un tema muy complejo y su heterogeneidad sigue 
siendo un desafío para la intervención terapéutica.
Mientras
 tanto es importante señalar que la etiqueta “autismo” en singular, nos 
brinda muy escasa información y se hace necesario evaluar los niveles de
 desarrollo alcanzados en cada área por cada persona para enfrentarse a 
la complejidad de ese continuo. ¿Cómo explicaríamos si no que cuatro 
personas con diagnóstico de “autismo” presenten características tan 
diversas en el desarrollo de la comunicación y el lenguaje? Por ejemplo:
- Juampi habla y se comunica. Es decir utiliza lenguaje verbal con función comunicativa.
- Sofía se comunica pero no habla. Se comunica a través de gestos y usando fotos y pictogramas en el contexto de un sistema aumentativo y/o alternativo de comunicación (SAAC)
- Diego no habla ni se comunica.
- Julieta habla, pero no se comunica. Su lenguaje verbal está compuesta de frases ecolálicas. Repite palabras y frases pero sin función comunicativa.
Si no tenemos en cuenta esa diversidad 
en las vías de desarrollo, es imposible que las personas con TEA 
dispongan de las ayudas necesarias para mejorar su bienestar emocional y
 su calidad de vida.
Puntualicemos algunas claves que configuran buenas prácticas en TEA:
1. Ante la complejidad del cuadro se 
necesita de una mirada interdisciplinaria y del trabajo colaborativo en 
equipo, que tenga en cuenta no solo las dificultades sino las 
posibilidades, el potencial y las fortalezas de cada niño o niña;
2. La detección y la intervención tempranas mejoran el pronóstico;
3. Los programas de tratamiento deben 
apuntar a los aprendizajes funcionales, la autonomía, la 
autodeterminación y la inclusión educativa y social;
4. Es fundamental compartir los objetivos de tratamiento, las orientaciones y las inquietudes con las familias;
5.
 Atender a las diferencias supone no negar la diversidad en los TEA, por
 eso hablamos de “autismos” y consideramos que la intervención no debe 
centrarse en los programas sino en las personas y su singularidad, 
privilegiando así la planificación centrada en la persona y sus 
posibilidades de aprendizaje y desarrollo.
Autor:
Daniel Valdez
Doctor
 en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor de la 
Universidad de Buenos Aires. Director de la Diplomatura Necesidades 
Educativas y Prácticas Inclusivas en TEA de FLACSO. Profesor del Máster 
en Intervención centrada en la Persona con Discapacidad de la 
Universidad de Burgos. Director de la Diplomatura en Autismo y síndrome 
de Asperger. UCA. Ha ganado el Cultural Diversity Award de la Asociación
 Internacional de Investigación del Autismo INSAR. Publicó Ayudas para aprender y Autismo. Del diagnóstico al tratamiento. (Paidós) entre otros libros y publicaciones en el área.
 

 
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