Enviado por: Marcela Romero Delgado
Existen
distintas definiciones del Trastorno del Espectro del Autismo (TEA),
las cuales a lo largo de los años, han dejado claro que en este
trastorno, hay una importante afectación en el desarrollo de las
capacidades del niño, referentes a tres áreas fundamentales: la relación
social recíproca, el lenguaje y la comunicación, y en los procesos que
intervienen en la flexibilidad cognitiva y la simbolización.
Partiendo
de esto, y siguiendo los lineamientos propuestos en el nuevo Manual de
Diagnóstico de Trastornos Mentales DSM-V, en el que se ajustan los
criterios de evaluación de los Trastornos del Espectro del Autismo;
resulta de gran relevancia la evaluación integral del niño desde los
distintos contextos donde se desenvuelve: familiar, escolar y clínico.
Según lo planteado, el nivel de adaptación del niño en estos contextos,
será una información indispensable para establecer el diagnóstico, así
como el empleo de pruebas de diagnóstico especializadas. En este
sentido, el grado de afectación estará clasificado en cuatro niveles
según la gravedad del cuadro.
Partiendo desde un grado más severo, hasta
los rasgos subclínicos que no llegan a interferir en el desempeño del
niño. Por lo tanto, la limitación condicionante del TEA en la adaptación
de la persona y su desempeño de forma independiente en los distintos
contextos, será determinante para establecer no solo el grado de
afectación, sino también hasta qué punto esas características precisan
de un nombre en la clasificación dentro de los trastornos mentales.
En concordancia con lo anterior, para realizar un
diagnóstico adecuado, es importante implementar un modelo de evaluación
neuropsicológica que permita la participación no solo del profesional,
sino también de la familia y de otros organismos médicos y educativos
que intervienen en el diagnóstico clínico. De esta manera, se facilitará
la unificación de criterios y se favorecerá la oportuna intervención
clínica y terapéutica del niño.
Un aspecto muy importante a tener en cuenta cuando se
habla de diagnóstico en el TEA, es la detección temprana de los
síntomas del mismo. Es decir, el diagnóstico temprano o anterior a la
etapa escolar. Al respecto, la detección de los síntomas por parte de
servicios sanitarios, educativos, o de la propia familia, se realiza
cada vez a una edad más temprana; en consecuencia, la llegada de niños
con edades comprendidas entre los 18 meses y los 3 años a los Servicios
de Valoración y Diagnóstico es más frecuente.
Los principales síntomas
de TEA que la familia y el centro de educación infantil pueden observar
antes de los dos años, atienden a escasas conductas de referencia social
como mostrar objetos, señalar para compartir interés, mirar a un objeto
sostenido o señalado por otra persona, dificultades para responder y
dirigir expresiones emocionales a otros, como la sonrisa social,
compartir afecto positivo, etc; sobretodo, para iniciar conductas de
atención conjunta. También se observa una interacción menos sincrónica
con la madre; síntomas referidos en estudios anteriores por diversos
autores.
A éstos se añaden conductas como una menor anticipación al
refuerzo de estímulos sociales y ausencia o menor frecuencia de
respuesta de orientación al escuchar su nombre. Otras características
referidas son la falta de interés social, reactividad, y escasa
imitación. En relación al lenguaje, se ha observado que los niños con
TEA pueden tener un retraso en el lenguaje expresivo-receptivo, una
entonación atípica, incorrecta estructuración y uso del lenguaje, así
como una menor coordinación de las conductas comunicativas no verbales
con el lenguaje hablado.
Por otro lado, algunos estudios también informan de
patrones atípicos en la conducta motora, como tomar posturas inusuales
especialmente de manos y dedos, conductas repetitivas a nivel verbal y
motor, incluso también se puede observar mayor actividad motriz. Las
conductas sensoriales inusuales, tales como el análisis visual de
objetos, mayor dificultad para desenganchar la atención de estímulos
visuales, y cuadros de conductas atípicas como girar, rodar y rotar
objetos son otras de las características encontradas con frecuencia en
los niños con TEA. Las reacciones de malestar extremo, dificultades para
calmarse, y menor regulación del estado emocional, también relacionados
con síntomas conductuales.
Otro factor de gran relevancia es la conducta
presimbólica, en la cual, los esquemas de acción en el juego de los
niños con TEA, son más escasos que en otros niños sin este trastorno.
Estos esquemas pueden ser consigo mismo, con otros y con un objeto. Por
ejemplo, beber de un biberón de juguete, beber de un vaso, dar de comer a
otro, peinar a un muñeco, entre otras.
Todos estos síntomas descritos son característicos de
un cuadro de TEA, pero no aparecen de forma simultánea en todos los
niños. Además, algunos también pueden estar presentes en otros tipos de
trastornos (TDAH, Retraso cognitivo, Trastorno Mixto del Lenguaje); por
lo que se hace imprescindible una observación minuciosa del desarrollo
del niño durante sus primeros años de vida con el fin de establecer un
diagnóstico diferencial entre TEA y otros trastornos.
De esta manera, se
puede dar una respuesta a las expectativas de la familia en relación al
porqué del comportamiento de su hijo y cómo enfocar una intervención
que favorezca y optimice el desarrollo integral del niño. Para ello, es
necesario llevar a cabo una valoración que permita establecer no sólo el
diagnóstico sino las habilidades y las necesidades de intervención más
significativas y apropiadas para cada niño. En este sentido, se
considera imprescindible la elaboración de un protocolo exhaustivo que
establezca perfiles neurocognitivos, adaptativos, de lenguaje y
comunicación social, que puedan evolucionar con mayor probabilidad hacia
un diagnóstico real de TEA.
(Tomado de página Autismo Diario: http://autismodiario.org/2014/03/24/el-diagnostico-neuropsicologico-en-los-trastornos-del-espectro-del-autismo/)
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