Por Salvador Macip
El autismo es un misterio. Un trastorno neurológico incurable que aparece en la infancia y que limita de una manera muy importante la comunicación y las interacciones sociales del afectado. Hay un rango amplio de síntomas, desde los más extremos a los más leves, pero tienen poco ver con los 'superpoderes' que les asignan a veces en el cine: el autismo es en realidad una incapacidad grave, y cada vez se diagnostica con más frecuencia (hasta en un 1% de los niños estadounidenses, por ejemplo).
El gran enigma de este trastorno es la causa. El principal motivo seguramente es que no hay una sola. Se sabe que los factores genéticos influyen, y algunos expertos los culpan de hasta un 90% del riesgo a padecer autismo. Otros dejan esta cifra en alrededor del 40%. Lo que no está tan claro es qué genes están implicados (parece que son muchos: la lista provisional de sospechosos era hasta hace poco de más de 60) y si los cambios necesarios en estos genes se heredan de los padres o se adquieren de forma espontánea. El hecho de que la mayoría de casos aparezcan en familias sin otros afectados va a favor de esta última opción.
Otros factores responsables menos frecuentes serían los relacionados con el ambiente. En este apartado sólo se ha demostrado que algunas sustancias químicas que inducen malformaciones en el feto también pueden provocar autismo. Aparte de esto, hemos visto en las últimas décadas todo tipo de teorías peregrinas que intentaban buscar otros culpables, desde el mercurio a la lluvia. Alguna de las mas famosas y absurdas son el concepto de la 'madre-nevera' (la culpa era de las madres que no daban suficiente afecto a sus hijos) y el gran escándalo de las vacunas que se inventó Andrew Wakefield.
Hoy se publican una serie de resultados que arrojan un poco de luz sobre el tema y subrayan la importancia de los genes en esta enfermedad. Por un lado, tres artículos de la revista 'Neuron', apoyan la idea de que el autismo lo pueden causar mutaciones espontáneas, no heredadas. Se han analizado un gran número de variantes genéticas en el ADN de pacientes, así como de sus padres y hermanos sanos, y el resultado confirma lo que decíamos al principio: cada caso es un mundo. En estos estudios se han encontrado más de cien genes que, si están mutados, podrían en principio predisponer al autismo (de hecho, una sola de estas mutaciones podría ser suficiente para desencadenar el problema). La mayoría parecen estar implicados en la formación de las sinapsis (los puntos de comunicación entre neuronas) y la movilidad de las propias neuronas.
Y los científicos dicen que sólo han encontrado la punta del iceberg: han identificado un buen número de zonas del genoma donde seguramente hay escondidos más de estos genes. En concreto, una región del cromosoma 7 llamada 7q11.23 parece tener una relevancia especial. En autistas, este material genético está a menudo duplicado varias veces, mientras que hay menos copias de lo normal en personas que sufren el síndrome de Williams (que sería casi opuesto al autismo: un exceso de sociabilidad y empatía). Así pues, empieza a emerger la imagen de una compleja red de genes interrelacionados que, si se desequilibra mínimamente, puede empujar el cerebro hacia un callejón sin salida. Estos estudios explicarían también porqué el autismo es hasta cuatro veces mas frecuente en hombres: por motivos aún no muy claros, esta red sería mucho más 'resistente' en las mujeres.
Por otro lado, un artículo publicado en la revista 'Science Translational Medicine' va un paso más allá y estudia la relación entre las proteínas que fabrican 26 de los genes sospechosos de estar implicados en el autismo. Lo han llamado el 'interactoma' del autismo (si un genoma es un conjunto de genes, un interactoma sería un grupo de interacciones entre proteínas). Otra vez el resultado es una trama con cientos de relaciones cruzadas entre las 26 proteínas estudiadas y muchas otras que se fabrican en la célula. Este estudio también contribuye a identificar más posibles culpables y zonas 'calientes' del genoma.
¿Qué nos dice todo esto? Que el autismo es una condición muy compleja. Que la regulación de nuestro cerebro es exquisitamente enrevesada. Nada nuevo, a grandes rasgos, pero sí que es un avance importante en lo que se refiere a entender las bases moleculares de este trastorno. ¿Nos acerca esto a encontrar una forma de prevenirlo o curarlo? Un poco, pero estos son realmente los primeros pasos de un camino que se prevé bastante largo.
* Salvador Macip, investigador de la Universidad de Leicester (Reino Unido), siempre está al día de los avances en investigación médica. Sus artículos explican con claridad cómo afectarán a nuestras vidas.
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