¿A qué edad empezó a andar su hijo?, ¿cuándo apareció la
sonrisa social?, ¿y el contacto visual cuando le amamantaba? Esta son
algunas de las preguntas que la Unidad de Neuropediatría ha realizado a
un grupo de madres con niños autistas. Los especialistas querían
confirmar que desde los primeros meses de vida existen patrones de
conductas distintos en los bebés que sufren este trastorno, pero que
dada las dificultades para diagnosticar, hasta que no cumplen los dos y
tres años de vida, el médico no lo puede identificar con fiabilidad.
«El autismo no tiene un diagnóstico clínico. El problema es
que está causado por distintas causas. Casi siempre es genético, pero
puede ser por infecciones prenatales, tóxicos... Ese espectro hace que a
la hora de presentarse no se haga siempre con las mismas
características, y el pediatra nota que es un niño que no hace contacto
visual, que la sonrisa está retardada o que no tolera los cambios de
textura en la alimentación», explica el especialista médico Francisco
Carratalá, que ha desarrollado el estudio junto con las doctoras
Patricia Andreo y Gemma García Ron (ésta última al frente de la
investigación).
El trabajo se realizó durante un semestre y se reclutó a 37
madres de niños ya diagnosticados de un trastorno del espectro autista
-de entre uno y dos años a cinco y seis-, a las que les entrevistaron,
personalmente o por teléfono, y les hicieron un cuestionario para
conocer esos recuerdos que tenían de los primeros meses de vida de sus
hijos. Los resultados se compararon con otro grupo de control, es decir,
con 69 niños sanos.
«Cuando una madre se pone al bebé en el pecho y está
lactando, el niño levanta los ojos y mira; en las madres con niños con
autismo ese recuerdo no existía», apostilla Carratalá. Igualmente, a
edades muy precoces -como la época de la lactancia- se muestran
indiferentes a los estímulos habituales, pero le causan alarma sonidos
poco relevantes para el resto de las personas que les rodean. El motivo,
explica, es que suelen tener hiperacusia. «Se asustan fácilmente con
ruidos mínimos y, cuando les hablas, no te atienden».
El objetivo del trabajo era demostrar que en edades muy
precoces hay síntomas que anuncian que pueden ser autistas para que los
pediatras estén en alerta y puedan hacer un seguimiento. Ahora bien, ¿se
tiene que informar de estas sospechas a la familia? Según el
especialista, «está muy discutido si comunicarlo o no, porque como hay
revisiones periódicas del bebé, el pediatra puede ir apuntándolo hasta
que tenga la certeza». Carratalá recuerda que en unas jornadas
internacionales le preguntó a una madre si hubiese preferido saber desde
el primer momento las sospechas del médico. «Me contestó que esa
pregunta se la había hecho y que había tardado en decidirse, pero que
ella hubiese preferido que el pediatra le advirtiese. Pienso que lo que
hay que hacer es adaptarse a las condiciones de la familia».
El estudio, que ha sido publicado en el artículo
«Indicadores clínicos precoces de los trastornos generalizados del
desarrollo», ha sido galardonado con el VIII Premio Jerónimo Soriano
2013, que otorga la Asociación Española de Pediatría al mejor artículo
publicado durante el año pasado en Anales de Pediatría. Se trata de la
revista pediátrica de mayor impacto en la lengua española.
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