 
    Por: Raquel Piazza
Identificar ciertos signos característicos favorece el 
inicio de un abordaje multidisciplinario que también requiere la 
participación activa de la familia
La gran mayoría de 
los niños tiene un desarrollo madurativo que se corresponde con la edad 
cronológica. Sin embargo, hay un grupo de chicos que muestran 
características diferentes debido a trastornos del espectro autista 
(TEA), que reciben este nombre porque incluyen una amplia variedad de 
síntomas, desde retrasos madurativos leves hasta presentaciones 
incapacitantes severas. La forma clásica de autismo, el síndrome de 
Asperger, los trastornos generalizados del desarrollo (TGD) y el 
síndrome de Rett son algunos de ellos.
Las mayores 
dificultades que tienen los chicos con TEA son el deterioro de la 
actividad social, los fallos en la comunicación y la presencia de 
conductas repetitivas. En cada síndrome, prevalece uno de estos rasgos, 
mientras que el aislamiento social es muy marcado en todas las 
presentaciones.
La sospecha aparece cuando los niños 
alcanzan los 12 meses, y los padres notan un patrón atípico de 
comportamiento al comparar las conductas y habilidades de sus hijos con 
las de otros niños de la misma edad. Desde el punto de vista social, por
 ejemplo, juegan solos, se concentran en un objeto, pierden el contacto 
visual con las personas y responden con indiferencia cuando el entorno 
se muestra hostil.
Los problemas comunicacionales se 
ponen de manifiesto durante la etapa de las primeras palabras. Los niños
 sanos responden cuando se los llama por su nombre y se hacen entender 
con gestos o palabras cuando se les ofrece algo. En cambio, los 
pacientes con TEA no suelen mostrar estas pautas madurativas o las 
presentan de manera poco desarrollada. Incluso, muchas veces resulta 
dificultoso entender lo que dicen. En algunos casos, tienen un único 
discurso y no admiten opinión diferente; en otros, emiten sonidos 
difíciles de interpretar o gritan. A medida que crecen, las dificultades
 para expresarse se hacen más evidentes, y esto los vuelve agresivos o 
depresivos.
Además, los chicos con TEA muestran un 
excesivo interés por un objeto determinado, que se manifiesta, por 
ejemplo, en la alineación de los juguetes. El juego se reemplaza por la 
rutina obsesiva hacia el elemento, y el desorden les provoca 
irritabilidad. También aparecen movimientos de manos y brazos de manera 
reiterada, patrón llamado "conducta esterotipada". Estos niños se mueven
 mejor con la rutina: quieren comer las mismas comidas, se entretienen 
con los mismos juguetes, van a la escuela por el mismo camino. Son 
extremadamente inflexibles; cualquier cambio resulta muy perturbador y 
puede provocar frustración y ansiedad.
Tres presentaciones para tener en cuenta
Las
 áreas de la comunicación y de la conducta son las más afectadas en los 
niños con la forma clásica de autismo, que tienen un desarrollo 
lingüístico diferente al de los chicos sanos, tanto en el contenido como
 en la manera en que lo utilizan. Por un lado, una característica del 
lenguaje es el mal uso de los pronombres. Por ejemplo, en lugar de decir
 "yo quiero un vaso" dicen "vos querés un vaso". Esto puede ser el 
resultado directo de repetir lo que oyen de los demás. Por otro lado, un
 niño autista no ordena las palabras de acuerdo con su significado, ya 
que no comprenden la situación y solo dicen las palabras relevantes 
ignorando su orden. En el área conductual, comparten características 
similares a las de otros TEA, como aislamiento social, conductas 
repetitivas e incapacidad para comprender qué le pasa al otro.
En
 el síndrome de Rett, el desarrollo madurativo es normal entre los 6 y 
18 meses. Después comienza una regresión de las pautas madurativas. Por 
lo general, los pequeños tienen dificultades en la coordinación motora y
 en el habla. La terapia física y del lenguaje ayuda a mejorar estos 
síntomas, pero no se dispone de un tratamiento específico para esta 
entidad.
Por el contrario, los niños afectados por el 
síndrome de Asperger carecen de discapacidad intelectual y desarrollan 
el lenguaje de manera normal. Sin embargo, tienen dificultad para 
socializar y conductas inusuales para la edad.
Posibles orígenes
En
 2009, investigaciones realizadas por los Centros para el Control y la 
Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC, por sus siglas en inglés) 
determinaron que 1 de cada 110 niños presenta TEA, y que el riesgo es 
mayor para los varones. Las causas de estos trastornos se desconocen; 
sin embargo, estarían implicados factores genéticos y ambientales. 
Al
 estudiar gemelos que comparten el mismo código de ADN, se observó en 9 
de cada 10 casos que, si uno tiene TEA, el otro también lo padecerá. Los
 hermanos de niños con TEA tienen un 35% de probabilidad de padecer la 
enfermedad. Aún no se identificaron con exactitud los genes 
involucrados. La mayoría de los afectados no tienen antecedentes 
familiares y se observan mutaciones (cambio de la información genética) 
aleatorias. Si bien en la Argentina no existen datos exactos de 
prevalencia, se cree que sería muy similar a los valores de otros 
países. 
Los factores medioambientales incluyen todo 
aquello que nos rodea y que puede afectar la salud. Investigadores están
 estudiando de qué manera los factores externos al cuerpo pueden activar
 o desactivar algunos genes que inicien o modifiquen la evolución de un 
TEA. Esto comprende desde las complicaciones durante el embarazo o 
nacimiento, las enfermedades heredofamiliares y la edad de los padres, 
hasta la exposición a toxinas presentes en nuestro entorno.
Abordaje terapéutico
En
 esta enfermedad como en otras, la detección precoz es fundamental para 
el inicio del tratamiento. Los síntomas clínicos, los antecedentes 
familiares y una serie de pruebas diagnósticas terminan por definir de 
qué patología se trata. 
No hay fármacos específicos 
para tratar a los pacientes con TEA. No obstante, en EEUU la 
Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en 
inglés) aprobó el uso de los antipsicóticos, que ayudan a disminuir la 
agresividad y la autodestrucción en niños de entre 5 y 16 años. Otros 
fármacos empleados por los especialistas son los antidepresivos. La 
incorporación de programas de apoyo educativo y especializado también 
desempeña un papel fundamental para mejorar la condición de los niños 
con TEA.
En líneas generales, profundizar el 
conocimiento de estos trastornos contribuirá a que padres y pediatras 
sospechen de manera temprana, y a que los profesionales luego deriven al
 niño para una consulta con neurólogos y psiquiatras, fonoaudiólogos, y 
terapistas ocupacionales, según corresponda. De esto se desprende que el
 tratamiento multidisciplinario, junto con la participación activa de la
 familia, es necesario para mejorar la calidad de vida de estos 
pacientes. También es clave insistir sobre una legislación que contemple
 las necesidades de estos enfermos y la complejidad del abordaje 
terapéutico.
 
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