Por Dioxelis Reyes Hernández / Maracaibo / noticias@laverdad.com
Omar Álvarez, padre de dos niños autistas, revela su vivencia y asegura ser el padre más feliz del mundo. La mayoría de los progenitores de niños o adolescentes especiales se dedican en cuerpo y alma a la educación y crianza de sus hijos
Omar Álvarez comparte con sus hijos la alegría de la vida y hasta la pasión por el deporte. (Foto: Dioxelis Reyes Hernández)
Domingo, 17 Junio 2012 00:00
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Omar David es pacífico, saluda con amabilidad y tiene un caminar pausado y particular. Eduardo Andrés es intranquilo, observa en todas direcciones sin fijar la mirada en ninguna cosa y, a medida que avanza, va emitiendo unos sonidos extraños. Ellos son los hijos de Omar Álvarez. Ambos son autistas.
Cuando Omar David, el mayor, tenía tres años, la maestra de preescolar le advirtió a sus padres que su hijo tenía una condición especial. Ni Omar ni su esposa quisieron aceptarlo. Un especialista confirmó el diagnóstico y no les quedó más que asumir la enorme responsabilidad que implica tener un niño con ese trastorno, más aún dos pequeños, pues Eduardo también presenta la misma condición.
"Al principio me costó mucho. Me iba hasta la casa de mi mamá a llorar en su hombro, porque no me gustaba hacerlo delante de mi esposa. A uno siempre le cuesta aceptar que su hijo no va ser del todo normal", admitió Omar, mientras las lágrimas se asomaban por sus ojos.
A partir de ahí todo fue aprendizaje y asesoramiento por parte de especialistas para conocer las características del autismo y cómo lidiar con sus hijos, hoy de 15 y 13 años, respectivamente. Escuelas especiales, alimentación específica y asesoramiento profesional son solo algunos aspectos que los Álvarez han debido incorporar en su vida.
Autistas de niveles diferentes
Eduardo, el menor, corretea por todos lados. Siempre carga un radiecito de baterías con el que escucha música. No pronuncia una palabra. Hace algunas señales para indicar algo, pero nunca mira fijamente. Su incapacidad para discernir entre el bien y el mal lo condena a vivir bajo supervisión.
Su hermano, Omar David camina de puntitas, habla con términos perfectos y cultos, lee y escribe, entiende y obedece. Ambos son altísimos, de buen peso, con grandes diferencias el uno del otro.
"Omar David es autista de alto funcionamiento. Es más independiente y puede hacer muchas cosas. Incluso, nos ayuda a lidiar con Eduardo, que es de bajo funcionamiento, y depende casi totalmente de nosotros. No lo hemos podido meter a una escuela especial porque es muy hiperactivo. Cada uno tiene necesidades distintas", explica Omar.
Revela que la crianza de sus hijos ha sido un largo proceso de aprendizaje. Lo más difícil, para él, es el contacto con el exterior, pues mucha gente, que no entiende que son jóvenes con necesidades especiales, puede hacerles daño. Además de ello, la falta de instituciones que trabajen exclusivamente con autistas es una gran limitación.
Aún así, el amor que les profesa, más allá de cualquier palabra, se manifiesta en las múltiples acciones y la pasión con la que se ha dedicado incansablemente por buscar su bienestar y comodidad. "Son una bendición y mis más grandes alegrías".
Los mira y reflexiona para admitir que su mayor temor "es qué pasará con ellos cuando ya nosotros no estemos. Con quién se van a quedar, si van a estar bien, si los van a cuidar, o si los van a tratar bien. Por eso debemos criarlos para que sean independientes y puedan salir al mundo cuando ya no estemos".
Amparo legal
En los últimos años, tanto el Gobierno nacional como el regional han formulado iniciativas para incluir a personas con autismo y cualquier otra condición especial dentro de la dinámica social.
La Ley para las personas con Discapacidad contempla a los autistas dentro de su marco legal con el que pueden disfrutar de atención médica, una cuota mensual e inclusión en el campo laboral. La Gobernación del estado otorga el Certificado de Registro en el Régimen de Personas con Discapacidad, que también ofrece beneficios.
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